Ordinariamente, se define la verdad como aquello que está de acuerdo con la realidad. Así, esta proposición: “El papel en el que leo es blanco”, será verdad si, en efecto, está conforme con la realidad, si está de acuerdo con lo que es; de lo contrario, sería falsa o errónea.
J. Hesse, en su “Teoría del Conocimiento.” Ed. Losada, Bs. Aires, 1938, distingue dos conceptos diferentes de la verdad: uno transcendente y uno inmanente. Según el concepto transcendente de la verdad, una proposición es verdadera cuando hay una concordancia del pensamiento con aquello sobre lo cual se piensa, es decir, con algo que existe fuera del pensamiento mismo.
Según el concepto inmanente de la verdad, en cabio, la esencia de la verdad no radica en la relación entre el pensamiento y algo que está fuera de él, algo trascendente al pensamiento, sino con algo que reside dentro del pensamiento mismo. De acuerdo con este concepto, la verdad, entonces, es la concordancia del pensamiento consigo mismo. En este caso, un juicio será verdadero, por consiguiente, cuando esté conforme con las propias leyes y normas del pensamiento. La verdad, significa según esto, algo puramente formal; coincide por ende, con la corrección lógica.
El concepto inmanente en la verdad sólo tiene sentido dentro de una concepción idealista del conocimiento. En efecto, según el idealismo no hay objetos independientes del pensamiento, sino que todo se halla dentro de éste; en consecuencia, la verdad sólo puede residir en la concordancia del pensamiento consigo mismo, en la corrección lógica, en la ausencia de contradicción.
Pero, a este respecto, hay que saber que la ausencia de contradicción, es en realidad un criterio de la verdad, pero no un criterio general, válido para todo tipo de conocimiento, sino un criterio válido sólo para una clase determinada de conocimiento: para el conocimiento relativo a la esfera de las ciencias formales o ideales, como la lógica o la matemática. En estas ciencias el pensamiento no se encuentra con objetos reales, sino con objetos ideales; permanece él, en cierto modo, dentro de su propia esfera. Sólo en este caso, por lo tanto, es válido el concepto de inmanente de la verdad, y por consiguiente el criterio de la misma, dado con él. Nuestros juicios, de este modo, serán verdaderos cuando estén formados de acuerdo con las leyes y normas del pensamiento; y sabremos que cumplen con esta condición si están exentos de esta contradicción.
Mas este criterio fracasa tan pronto se trata de objetos reales, físicos o psíquicos. Frente a estos objetos, el concepto de la verdad será el transcendente: verdaderos serán aquellos juicios que estén de acuerdo con estos objetos ¿Cómo los reconocemos como verdaderos? Cuando se trata de objetos psíquicos, como, por ejemplo, cuando tenemos la certeza del color rojo que vemos o de un dolor que sentimos, el criterio de la verdad podrá ser la presencia o la realidad inmediata de estos objetos. Pero ocurre que esta realidad inmediata carece de validez universal. De aquí, pues, que frente a los objetos reales no cabe otro criterio de la verdad que su base en la experiencia y su conformidad con el principio de causalidad.
Esta es la razón por la cual las ciencias que se ocupan del estudio de los seres y de los fenómenos recurren al laboratorio, a la experiencia para verificar sus verdades, pues sólo allí encontrarán un respaldo seguro que les garantice validez, en tanto que las ciencias ideales, como las matemáticas, sólo requieren como base la razón para comprobar sus verdades.
De aquí se desprende, pues, que, en el ámbito científico, hay dos fuentes para buscar la verdad: la experiencia y la razón. Si llegamos a la verdad por medio de la experiencia o de razonamientos inductivos que parten de la comprobación de hechos, se dice que la verdad es empírica. Por ejemplo, es una verdad empírica que el aire es pesado. Si llegamos en cambio a la verdad, pro medio de un razonamiento deductivo, no basado en la experiencia, sino extraído a partir de ciertas premisas o principios ya establecidos, la verdad se llama racional, como es el caso de las verdades matemáticas.
El concepto de verdad se relaciona, pues, estrechamente con la esencia del conocimiento. Verdadero conocimiento es tan solo el conocimiento verdadero. Un “conocimiento falso” no es propiamente conocimiento, sino error e ilusión, juicio falso.
Bustos, Oscar Ahumada (1954) Cuaderno de lógica. Santiago: Departamento de Publicaciones, Universidad de Chile.
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