Heinrich Ricket (1863-1936), en su obra intitulada “Ciencia Natural y Ciencia Cultural” ha introducido una modificación en estos conceptos: ha desglosado la Psicología del ámbito de las ciencias del espíritu, y de este espíritu, opone a las primeras las ciencias de la cultura. La base de la distinción que él realiza entre ciencias naturales y ciencias culturales, está en el distingo neto que establece entre naturaleza y cultura. Opone, por consiguiente, el concepto de naturaleza al concepto de cultura, en lugar de espíritu, como ocurría en la distinción tradicional entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu.
Naturaleza, según este pensador, es “el conjunto de lo nacido por sí, oriundo de sí, y entregado a su pro-crecimiento”. O sea: es el conjunto de los objetos existentes por ellos mismos, no creados ni modificados por el hombre.
Cultura, en cambio, es todo lo creado, modificado o transformado, por el hombre: Un trozo de mármol en bruto es naturaleza; ese mismo mármol convertido en estatua pertenece al mundo de la cultura, porque el hombre lo ha transformado en un utensilio adecuado a ciertas finalidades y propósitos suyos. Entran, por consiguiente, al dominio de la cultura, el arte, la ciencia, la religión, el mito, el lenguaje, las costumbres, y todo género de organismo político o social.
Rickert engloba, entonces, dentro de las Ciencias Naturales a todas aquellas disciplinas que se ocupan del estudio de los fenómenos producidos por la naturaleza, esto es, ese mundo en cuya producción y existencia la mano o el pensamiento del hombre no han intervenido para nada. Las Ciencias Naturales tienen por tarea determinar las conexiones causales entre los fenómenos, para descubrir sus elementos. Toman en cuenta sólo lo que hay de permanente en ellos, lo que se repite de un modo constante, y prescinden de las particularidades accidentales que presentan, para llegar, por este camino, a la formulación de las leyes generales que los rigen. Sólo las dimensiones de la generalidad, de constancia, entran pues, en las ciencias naturales. Son ciencias generalizadoras por definición. A ellas interesa sólo lo general y se desentienden del restante contenido inagotable de la realidad y de la experiencia: la heterogeneidad continua, real, irracional queda omitida por la acción racional, abstracta e irreal de la ciencia natural.
Las Ciencias Culturales, a la inversa, se ocupan de todos aquellos hechos y objetos en los cuales ha intervenido el espíritu humano, sea produciéndolos o modificándolos: el arte, el lenguaje, la religión, la ciencia, la historia, el mito, la leyenda, etc. La función de estas ciencias es el estudio de hechos únicos, que poseen vida propia, hechos que no se repiten jamás en el curso del tiempo. La teoría del arte, por ejemplo, como ciencia de la cultura estudia el arte efectivo y realizado, los objetos artísticos dados. Y esto la separa de la filosofía del arte, que estudia, no los objetos artísticos, concretos ya realizados sino el arte en general; es más: puede ella prescindir de los objetos, artísticos concretos para remitirse simplemente a la dilucidación de los valores estéticos. Las ciencias culturales estudian los hechos de la cultura atendiendo a las particularidades concretas que presentan; son ciencias de lo individual, individualizadoras. Esto no significa que haya de eliminarse de ellas la causalidad, pues existen, según Rickert, relaciones causales particulares en las que la identidad de la causa y el efecto es sustituida por una peculiar desigualdad. Mientras en la ciencia natural el criterio es retener lo común y lo general, prescindiendo de lo individual; en la cultural, el criterio es la referencia a los valores. La ciencia cultural individualiza y valora. En las ciencias naturales, los datos históricos tienen muy escaso valor como factor para el conocimiento de la realidad. En las ciencias culturales, en cambio, el lado histórico es esencial por la peculiar historicidad del hombre y de la cultura.
Se explica perfectamente que las ciencias naturales busquen lo general. Un fenómeno físico, por ejemplo, se caracteriza por repetirse en la naturaleza en forma sensiblemente semejante a través del tiempo. Esta particularidad hace posible que se investigue en él lo que hay de permanente y de general que no se repetirá jamás. Una obra de arte, musical, pictórica o escultórica, son hechos únicos, como son únicas todas las creaciones del espíritu humano. En las ciencias culturales no puede, pues, buscarse lo general, pues en tal busca se sacrificaría lo que hay de peculiar, de característico en el hecho estudiado.
Caracteriza, pues, a un objeto cultural su historicidad, su sentido, su valor, atributos estos que son totalmente ajenos a todo objeto natural. En efecto, si queremos conocer un objeto naturla, una piedra, por ejemplo, indagaremos acerca de su construcción, su origen, sus causas y sus efectos. Pero, si de pronto, advertimos que esa piedra no es un pedrusco común, sino un hacha prehistórica, cambia ahora radicalmente el interés de la investigación. El objeto natural se ha convertido ahora en objeto cultural. Ya no importan los fenómenos físicos o químicos que han intervenido en su constitución, sino los fenómenos humanos con los cuales ella se relaciona. Ahora se trata de descubrir en dicha piedra su sentido, su valor, su historia
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