La materia de estudio de la mayoría de las ciencias es exclusivamente el mundo de los fenómenos. (En griego, fenómeno significa “lo que se manifiesta”, “lo que aparece”). La filosofía, además de hacer una síntesis de los conocimientos relativos a los fenómenos, se plantea también el interrogante de si el mundo fenoménico constituye todo lo que existe o si hay una realidad más profunda que escapa de al conocimiento de nuestros sentidos. Dicho en otras palabras, no se contenta, como la hacen las ciencias, con tratar de conocer el mundo de los fenómenos o mundo de lo relativo, sin que intenta saber si fuera de este mundo de lo relativo, existe una realidad más profunda, básica, e inmutable, de la cual los fenómenos no serían sino un reflejo, y, dirigida por esta afán, quiere construir una teoría de lo absoluto. A esta realidad profunda, que escapa de las limitaciones, la llamó Kant el mundo de los “nóumenos” en oposición al mundo de los “fenómenos”. Se trata aquí de una serie de problemas, tales como el de la existencia del alma, de Dios, de la libertad moral, etc., cuya solución no puede alcanzarse ni mediante el laboratorio ni el cálculo matemático.
De lo anterior, se desprende una nueva diferencia: si la ciencia se ocupa sólo de lo referente al mundo de los fenómenos, fácil es ver entonces que ella tratará de descubrir únicamente las causas y razones más próximas y particulares de los diversos seres y hechos que existen. La filosofía, en cambio, en su propósito de alcanzar el mundo de lo absoluto, de la realidad “en sí”, buscará las causas primeras, profundas y universales.
Las diferencias anteriores conducen a otra de carácter metodológico. En la mayoría de las ciencias predomina el método experiencial aquel que consiste en determinar las verdades apoyándolas siempre en la en la comprobación precisa de los hechos. En filosofía la experiencia desempeña también un gran papel, pero es evidente que el tratamiento de ciertos problemas que escapan a la simple experiencia, y que suelen denominarse, por eso mismo, “transcendentes”, tienen que ser examinados a la luz de la razón. El método de la filosofía es, pues, principalmente la reflexión pura, o bien la intuición.
Las ciencias se proponen únicamente conocer y formular la verdad; su fin es, pues, exclusivamente teórico. La filosofía, además de este fin teórico, tiene un fin práctico: se empeña en orientar al espíritu humano hacia ideales superiores. Las ciencias suministran al hombre medios que lo hacen cada vez más poderoso en su lucha frente a la naturaleza; pero no le indican los fines con que debe utilizar tales medios. Aquí reside justamente una de las tareas más importantes de la filosofía: reflexionar sobre tales fines, meditar sobre la manera más honorable de utilizar el poder que da la ciencia a la acción. Así se explica que la mayor parte de la grandes figuras del pensamiento filosófico hayan dedicado muchas de sus más sólidas reflexiones a la busca de solución de los problemas morales.
Bustos, Oscar Ahumada (1954) Cuaderno de lógica. Santiago: Departamento de Publicaciones, Universidad de Chile.
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