IV Puesto que la ciencia enuncia leyes válidas a través del espacio y del tiempo, ella es anticipación del futuro y nos permite prever y, en consecuencia, actuar con seguridad. En astronomía, por ejemplo, se prevé hoy un eclipse con precisión casi perfecta. Y cuando se conoce de antemano los antecedentes de un fenómeno, significa que están a nuestro alcance y, de este modo, la ciencia facilita nuestra acción; podremos, entonces, provocar, eliminar o modificar ciertos fenómenos: las leyes de la biología y de la química nos permiten higienizar nuestras moradas y ciudades; nos permiten curar las herida, y enfermedades, etc. Las leyes de la física no permiten la construcción de puentes, edificios, etc. Se ve, pues, que las ciencias tienen un gran valor práctico sin tener un fin práctico.
V La ciencia es un conocimiento típicamente objetivo, es decir, independiente de las diversas maneras de pensar individuales y accidentales. Nada hay de más universalmente aceptado que un teorema de geometría o una ley física. Este carácter de objetividad de la ciencia hace que, por encima de creencias de cualquier orden que separan a los hombres, ella realice el milagro de la convergencia mental entre los humanos.
VI En la ciencia impera el libre examen. El espíritu científico moderno se opone al método de autoridad, al dogmatismo, que consiste en establecer aserciones sin probarlas, por el sólo hecho de que han sido afirmadas por tales o cuales genios. La actitud dogmática fue corrientemente en la ciencia de la Edad Media. Le correspondió a Descartes el honor de haber proclamado la libertad del pensamiento científico, afirmando como regla que el único criterio de la verdad es la evidencia de la razón. De este modo, la ciencia actual no reconoce otra autoridad que la razón o la experiencia.
VII La ciencia de hoy tiene un carácter esencialmente positivo. Esto significa que al investigar las causas de los fenómenos no busca ni en voluntades sobrenaturales ni en fuerzas ocultas de ninguna especie. Las causas de los fenómenos naturales están en otros hechos tan naturales como ellos. Toda otra suposición opuesta a ésta, carece de valor para la ciencia.
VIII La confianza en el determinismo es otro de los caracteres de la ciencia. En efecto, cuando el hombre de ciencia razona inductivamente, afirmando como valido para todos los casos de la misma naturaleza algo que sólo ha sido verificado para algunos casos, es evidente que él confía en el orden y la regularidad de la naturaleza. De aquí que sus inducciones tengan como fundamento básico el postulado del determinismo universal, según el cual todos los fenómenos del universo obedecen a leyes rígidas y perfectamente determinables. Pero el determinismo no puede ser íntegramente verificable por la experiencia. Entonces el hombre de ciencia tiene que creer en él, porque si no hay determinismo, no hay explicación científica posible, y admitir lo indeterminado, significa admitir lo irracional, significa renunciar a la razón.
Esta confianza en el determinismo no exime al espíritu científico de la necesidad de la duda. En efecto, el sabio, aunque cree en la existencia de las leyes naturales, sabe también que ellas son difíciles de descubrir y, por consiguiente, no debe confiar de buenas a primeras en sí mismo, en sus ideas y teorías. Debe saber dudar. Esto quiere decir que no debe identificar su duda con el escepticismo, actitud negativa según la cual no hay verdad alguna. La actitud del hombre de ciencia debe ser ese espíritu crítico que consiste en no aceptar ninguna afirmación sin comprobarla y reaccionar contra la credulidad natural que arrastra al hombre a creer en la primera nueva, en lo primero que se nos cuanta, en lo primero que se anuncia en los periódicos o en los libros, so pretexto de que son afirmaciones de personas autorizadas e ilustradas. Recordemos que la ilustración no siempre excluye a la mala fe y al partidismo; al contrario, generalmente sirve para encubrirlos.
IX La ciencia tiene un fin eminentemente teórico, es decir, independiente de la utilidad, desinteresado. No está subordinada a las aplicaciones prácticas que puedan desprenderse de ella.
De todo lo dicho, se infiere que el espíritu científico debe estar dotado de ciertos atributos morales. Primeramente, del amor a la verdad y de la valentía intelectual. En efecto el sabio no sólo requiere valentía intelectual, sino valentía a secas para ejecutar ciertas observaciones y experiencias y exponer sus resultados, como también para combatir los prejuicios sociales. En seguida debe estar dotado de sinceridad intelectual, que consiste en no ocultar las verdades por el sólo hecho de que no conviene decirlas; de probabilidad intelectual, que hace que el sabio no dé como demostrado lo que no lo está verdaderamente, como también que se incline sin prejuicios ante la veracidad de los hechos bien establecidos. El espíritu científico supone, en fin, modestia y tolerancia, que resultan del sentido mismo de la complejidad de los problemas científicos.
Bustos, Oscar Ahumada (1954) Cuaderno de lógica. Santiago: Departamento de Publicaciones, Universidad de Chile.
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