La simplicidad está en la base del pensamiento científico, establecido. Una característica definitoria de la tradición occidental es sobreentender que lo esencial se encuentra en lo simple. En consecuencia, se procura un conocimiento lo más simple posible de la realidad y tal fin tiende a rechazarse cuanto va contra la simplicidad. Mi lectura de cómo se llega a esta situación es la siguiente.
La simplicidad como principio epistemológico emerge en Grecia con el advenimiento de la filosofía y la ciencia. Antes reinaba el mito y el oráculo, pero en la época clásica hay un cambio de rumbo con respecto al conocimiento, cambio que implica una visión radicalmente distinta de la naturaleza y una nueva imagen del ser humano. Este cambio es la semilla que da lugar al monumental e irrenunciable patrimonio que hemos heredado de los griegos y ha forjado la mentalidad occidental, con la que construimos nuestra vida cotidiana.
En efecto, mientras en la Grecia arcaica se reconocía la complejidad del mundo al respetar fervorosamente su ambigüedad, la Grecia de la filosofía y la ciencia consagró el conocimiento en términos de simplicidad como modo de conocer no sólo el mundo sino también a nosotros mismos. Aquel respeto explica que el saber mítico fuese capaz de asumir los aspectos contradictorios de una realidad compleja. Dicho saber tenía, por lo tanto, el sentido positivo de ser la fuente inagotable de conocimiento. Pero al instaurar la filosofía y la ciencia el dictado de la razón, la ambigüedad pasa a ser considerada generadora de un pseudosaber que encubría el conocimiento de la verdad (alétehia). La fuerte tensión entre los dos modos de conocimiento, son el mito y el logos se resolvió a favor de este último cuando se recurrió a una lógica sometida al principio de no contradicción, y al pensamiento abstracto, racional y discursivo, y a un nuevo lenguaje obsesionado por la pulcritud y la precisión en el que la palabra y el concepto quedaban desnudos de complejidad.
Así, arrancadas de cuajo, la ambigüedad y la complejidad de aquéllas es un reflejo, la simplicidad se erigió en criterio orientador de un conocimiento en pos de la mayor inteligibilidad posible de la naturaleza (fisis). Se asiste, entonces, a un proceso de des-naturalización, que se lleva a cabo adornando la realidad con unos atributos ideales, que funcionan como simplificadores de la misma. Los atributos más decisivos son el orden, la perfección y la armonía, que se instauran a pesar de los problemas que va planteando ignorarla complejidad.
Esta desnaturalización empieza, ya con los presocráticos. Desde el enfoque aquí adoptado, lo novedoso de su pensamiento es el intento de someter a la naturaleza (fisis) a un principio explicativo (arkhé), porque indican que buscaban un orden subyacente en la realidad. Era una búsqueda que respondía al Zeigeist, ya no se limitó a la filosofía, sino que afectaba también a la matemática, que pasa de lo empírico a lo abstracto, a la medicina, que inicia el camino de lo mágico a lo racional y a otras vertientes de la cultura, como los cánones del arte griego. El empeño presocrático encuentra un orden, pero es a través de diferentes respuestas, desde el agua o el fuego hasta una indeterminación original (apeiron), que manifiestan la presencia de la complejidad.
El orden como atributo de la realidad fue elevado a la precisión y exactitud del número por Pitágoras, que con ello abrió la puerta para pensar y creer en una realidad perfecta. Pero el paso decisivo del orden a la perfección lo dio Platón, quien al no encontrar ésta en la naturaleza, no dudó en trasladar la realidad a los conceptos universales socráticos. Lo bueno o lo bello, al igual que lo justo o lo verdadero, y que el círculo, el triángulo o lo blanco, pasan a ser los objetos “reales” de conocimiento. También aquí la presencia de la complejidad ocasionó problemas, por ejemplo a través de las manifestaciones incómodas como ciertas irracionalidades matemáticas (la raíz cuadrada de dos) o la idea del infinito (Zenón). Eran “imperfecciones” que se marginaban como rarezas no significativas.
Por añadidura, la perfección requería prescindir de cuanto amenazaba la armonía del mundo, y esto condujo a rechazar toda contradicción. Se encargaron de ello los sofistas, imponiendo una lógica que excluía toda proposición incompatible con otra. La ambigüedad cedía su paso a la no contradicción, que Aristóteles elevó a la categoría máxima de un principio absoluto. Esto arrojaba definitivamente fuera de la verdad a lo contradictorio, y con ello a lo ambiguo y lo complejo.
Con este proceso de simplificación, descrito a través de algunas de sus vertientes, el pensamiento griego consiguió el milagro epistemológico de someter la naturaleza a la razón. Fue un proceso imparable, que ha llegado hasta nuestros días a través de varios hitos. Tres son especialmente importantes en el contexto aquí contemplado.
El primero viene dado por el principio conocido como “la navaja de Ockham”, según el cual hau que suprimir cuantos elementos son innecesarios en la explicación o argumentación. Este principio, que ha estimulado la economía en la investigación y la sencillez en la teorización, asocia la complejidad a lo que por tener un gran número de elementos, es de difícil manejo y comprensión. Otro hito lo aportó Descartes con la famosa regla de su Discurso del método para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias, más específicamente las que perpetúan dividir cada cuestión en tantas partes como sea posible, ordenar los pensamientos a partir de los más simples y hacer enumeraciones completas. El tercer hito corresponde al principio de razón suficiente, que en la formulación de Leibniz viene a imponer la suficiencia como criterio del conocimiento con valor de verdad.
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