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Bienvenidos a mi blog, este es un espacio dedicado a publicar textos fundamentalmente epistemológicos, tratando ser una aproximación amable sobre un tema complejo en el que abundan las retoricas absurdamente crípitcas y barrocas para el entendimiento común de la población general.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Actualidad: Suicidio, un drama social contemporáneo


Las tasas de suicidio en el mundo crecen a pasos agigantados. En Chile, la realidad no es ajena. Más del un 100 por ciento se incrementaron los casos en 20 años. Los especialistas condicionan lo anterior al sistema de vida, al modelo económico descarnado en el que estamos insertos, a la competitividad y al individualismo.

Un fenómeno peligroso, que sobre todo en culturas más “civilizadas”, con mayor globalización y capitalización de mercado, se da con frecuencia. El suicidio, que crece a tasas preocupantes, y frente al cual no hay políticas claras para encararlo como tema social.

Capital, individualismo, suicidio

Uno de los pioneros en el estudio del tema a nivel global (al menos uno de los más clásicos) fue el sociólogo francés Émil Durkheim, quien en 1897 planteó una revolución en torno a como analizar el suicidio. Le quitó el rasgo individual al flagelo y le entregó una connotación social.


Dicha práctica, dijo, era condicionada precisamente por el funcionamiento social, por el entorno, es decir, el suicidio releja la sociedad en la cual se produce. Lo anteior, aplicable hoy, tiene sentido si se entiende que, a nivel planetario, las cifras durante los últimos 40 años se incrementaron por lo menos en un 60 por ciento.

Sólo en Estados Unidos, emblema del libre-mercado y gestores de la globalización, con sus pro y sus contras, entre 1957 y 1987 la tasa de muertes auto-provocadas entre personas de 15 y 19 años, se cuadriplicó. Leyó bien, se incrementó cuatro veces. Se estima además que a nivel planetario, por cada persona que se suicida, hay 20 que falla en su intento.

“Existe la tendencia al aumento de decisiones suicidas en la sociedad con mayor éxito económico”, comentó el sociólogo chileno Humberto Lagos, quien conoce a profundidad este tema.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó en un millón los muertos por suicidio en el planeta. Por eso, varios concuerdan en que el modelo económico, el crecimiento entendido bajo la lógica del capitalismo, orientado a la mayor inclusión de mercados, lo que conlleva a la competitividad, individualismo, intercambios culturales, provoca crisis sociales que impactan en las personas y que derivan en decisiones drásticas (…). No es casualidad que en el mundo el suicidio sea la segunda causa de muerte entre personas entre 10 y 24 años, después de los accidentes de tránsito, cifra impensable hace siglos.

“Cuanto menos posee uno, menos intenta extender el círculo de sus necesidades. La riqueza al contrario por los poderes que confiere, nos da la ilusión de que nos engrandecemos por nosotros mismos. Al disminuir la resistencia que nos oponen las cosa, nos induce a creer que pueden ser indefinidamente vencidas, ahora bien, cuanto menos ilimitado se siente uno, más insoportable le parece toda limitación”, describió Durkheim. Aquella apreciación parece clave para comprender justamente la condicionante social en el suicidio.

En Japón, país industrializado por excelencia, las cifras son más que alarmantes, lo que llevó a generar políticas de salud pública para atender el tema, como repartir volantes de guía para evitar que existan más muertes auto-impuestas.

Durante los últimos años se hicieron populares los suicidios colectivos, realizando especies de pactos para concretar el acto mortal. Alentados por sectas, muchos ejercicios se concretaron con resultados similares. Lo anterior, apoyado paradójicamente por las redes sociales, parte del formato de globalización.

Son cerca de 30 mil muertes por año de este tipo lo que mantiene atenta a las autoridades del país del Sol Naciente. China, India y Rusia, también destacan en los números.

Y es que las condiciones que entrega el sistema, permiten mayores cuestionamientos mentales de cada persona, en relación a lo que está viviendo el otro. La ideología del éxito, fomenta la competencia que, por ejemplo, en paises expuestos a esa forma de vida, como el propio Japón, Estados Unidos, Canadá, terminan en dichas consecuencias.

“Es posible que un individuo, que se siente marginado, trate de quitarse la vida para conquistar un reconocimiento social (es decir, la muerte externa es expresión interna de un deseo de vivir).La muerte física del individuo es expresión de la muerte social que padece y, en el fondo, es expresión de su profundo deseo de vivir mediante un acto radical de protesta que reclama el reconocimiento social”, expuso el informe “Suicidio: Una Reflexión”, elaborada por la Universidad Alberto Hurtado.

Si bien, las causas reales que pueden llevar a una persona a quitarse la vida son variables, desde trastornos depresivos, alcohol o drogas ilícitas, incluso la mentalidad pseudos-filosófica que puede entregar el propio suicidio como signo de la libertad al momento de elegir el instante de la muerte, la mayor conclusión es que aquello se ve condicionado por le entorno social donde se está inserto.

La realidad chilena

Chile no está ajeno a esa realidad. Se estima que hasta el 2008 la tasa de muertes autoinducidas llegaba casi a los 11 por 100 mil habitantes. 18 años antes, en 1990, dicha realidad alcanzaba 5,7 personas por 100 mil habitantes. Los números son alarmantes. El incremento asciende a prácticamente un cien por ciento en los últimos 20 años, siendo las regiones undécima y duodécima las que promedian la mayor cantidad de suicidios en el país.

“Entre las hipótesis explicativas de este incremento del suicidio en Chile se alude al crecimiento económico globalizado de los últimos 20 años. El trabajo tendría hoy características más tensionantes y sería más inestable que otrora, absorbe la mayor parte del tiempo de las personas y éstas tienden a aislarse y a hacer menos vida familiar a causa de aquel. Las redes socieles de apyo se han reducido: no hay vida de barrio, hay desconocimiento en tre vecinos, no hay actividades comunes, hay menor asociatividad (sindical, gremial, políica), y se vive más años, lo que en numerosos casos va acompañado de enfermedades y soledad ”, explicaron los académicos Emilio Moyano y Rodolfo Barría, en su estudio “Suicidio y Producto Interno Bruto (PIB) en Chile: Hacia un modelo predictivo”.

En el documento se precisó que “el modelo globalizador de economía social de mercado en Chile produce crecimiento económico pero no mejora las condiciones de salud mental de la población al considerar el soucidio como indicador de ésta”, una conclusión que ya Durkheim predijo cien años atrás.

“La instalación hace más de 25 años en Chile de un modelo de crecimiento económico de mercado cada vez más globalizado, trae una cultura caracterizada por el predominio del libre mercado, el consumismo, el individualismo y la democracia, afectando y generando colisión de valores entre los propios de las comunidades locales y los ‘importados’ o transnacionales se agregó en el estudio”

Lo anterior tiene sentido si se entienden las formas de vidas impuestas en el país y en las que están insertaas las personas, sobre todo los jóvenes. Un reflejo y un diagnóstico preocupante. Por dicha causa, incluso, el Gobierno anunció que en la próxima encuesta Casen incluirán una forma para medir la felicidad de los chilenos, pre-asumiendo que en el contexto global los resultados no serían muy alentadores.

¿A qué se debe aquello? El agotamiento del modelo industrial, que cambia la felicidad por el dinero, es una opción de respuesta. Además de la condición impuesta por los medios de comunicación , la superficialidad social que aquello conlleva, entregando contenidos banales a las mentalidades vulnerables por dicho contexto de estrés y cansancio mental, sobre todo con el fracaso constante de las personas ante la competitividad escandalizada, la pérdida del sentido humano, ya sea con el alejamiento a los credos religiosos, espirituales, etc. Todos son factores que hoy inciden en esta cada vez más habitual conclusión abrupta y cruda que personas están dándole dándole a su propia vida: el suicidio.

Sánches, J. (2011, primera quincena noviembre) Suicidio, un drama social contemporáneo. El ciudadano. pp. 8-9.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Construccionismo para un proyecto crítico

El panorama que he expuesto muestra cómo hay distintas formas de ser construccionista y deja en evidencia que no es suficiente defender el carácter construido de los objetos sociales para ser crítico.

Lo voy a decir de otra manera: para llevar a cabo una práctica crítica es necesario, aunque no suficiente, ser socio-construccionista. Voy a poner un uso crítico del construccionismo (que podríamos llamar construccionismo social crítico), que entiende lo social como relaciones históricas de producción. Realizado en la psicología, el contruccionismo social crítico invita a entender a la subjetividad como una entidad históricamente constituida. Así, entendida, la forma moderna de la individualidad sólo es real y tiene sentido respecto de las particulares condiciones sociales y productivas bajo las que aparece, es expresión de un estado de dichas relaciones, así como lo es la psicología y sus funcionamientos como uno de sus apartados de regulación.

Para dicha perspectiva, aunque lo que la psicología convencional llama entidades mentales o en otra clave, aparato psíquico, no tiene su origen dentro de la cabeza de la gente ni tampoco son internalizaciones producidas en la vinculación con un ámbito exterior. Éstas son en sí mismas, procesos sociales, (y por tanto simbólicos) constituyentes y constituidos de aquello que llamamos subjetividad. Y convierte en temas ineludibles de preocupación de todo investigador social la interpretación, el lenguaje, el poder, así como otras prácticas constructoras de significados sociales, producción y transformación de estructuras sociales, etc. (Ibáñez, 1990). Como afirma Shotter (1993), implica el paso de una psicología de la mente a una psicología de las relaciones socio-morales (Shotter, 1993).

Ser crítico con la racionalidad científica implica desconfiar de la fuerza probatoria de los hechos, de la idea de conocimiento como representación del mundo, de la fe en la eficacia de las técnicas, de la posible existencia de una realidad que esté más allá, de la acción humana, y dichos escepticismos derivan de pensar que la realidad es una producción humana.

Pero decir que los seres humanos somos agentes productores de las realidades en las que vivimos no basta. Un socio-construccionismo crítico debería asumir los efectos teóricos, éticos y políticos de dicha aseveración. Siguiendo la taxonomía de Hacking, tendría que ser un construccionismo revolucionario, es decir, asumir una postura crítica y una voluntad comprometida en cambiar las cosas. Una práctica crítica del construccionismo social es antes que nada una política, en la medida en que considera a la idea de naturaleza humana como una forma de enajenación de la libertad y su superación como un hecho práctico (no teórico). No se trata de demostrar la falsedad de las ideologías (como la científica) sino de producir un mundo en el que dicha ideología carezca de sentido. Es por eso que la superación posible de la ciencia es un problema político más que un problema epistemológico y sólo podrá lograrse cambiando el mundo bajo el cual la ciencia tiene sentido y ser (Pérez, 1998).

Dicha perspectiva implica la realización de una práctica desestabilizadora de las relaciones de dominación, desnaturalizadola, que no solucione problemas para sostener el orden social imperante sino que los cree para subvertirlo, que no cambie a las personas para que se adapten al sistema social sino que produzca sujetos deseosos de transformarlo. Una práctica que no se aboque al descubrimiento de lo que somos sino a su rechazo (Piper, 2002).

Esto puede hacerse desde la psicología, la sociología, la filosofía, la literatura, la danza, la antopología, el teatro o la política. Lo importante no es desde dónde sino que cómo, pues cuando trata de producciones sociales la transdisciplinariedad diluye las pertinencias disciplinares y fronteras escolásticas.

Hacer construccionismo social crítico desde la psicología implica problematizar aquellas categorías centrales con las que dichas disciplina comprende y explica la realidad, como la de subjetividad. Hacerlo desde la psicología social obliga a focalizara la crítica en las prácticas sociales vigentes en nuestra historia actual. Entender a las subjetividades como prácticas sociales en constante producción abre posibilidades emancipadoras, en la medida en que la presenta como un proceso interior a las relaciones sociales. Nosotros somos las subjetividades que producimos, y por lo tanto somos nosotros quienes, por medio de la articulación de prácticas diferentes, tenemos el deber y el poder de transformarlas.

Kaulino, A. y Stecher, A. (2008) Cartografía de la psicología contemporánea. Santiago: LOM. Socioconstruccionismo y sus usos en psicología. Isabel Piper Sharif.

domingo, 6 de noviembre de 2011

De la intolerancia hipócrita o tolerancia represiva

A propósito de los argumentos bizantinos y la falsa tolerancia que representa el famoso cliché “Nadie es dueño de la verdad” es necesario aclarar lo siguiente: el cliché se sostiene bajo la idea que sólo se puede discutir si uno reconoce previamente que nadie tiene la razón, es decir, una vez que aceptamos que todos podemos estar equivocados se puede empezar a discutir. Sin embargo sólo tiene sentido discutir cuando uno manifiesta convicciones, la discusión es productiva a partir de la oposición y no del consenso. Entonces cuando uno mantiene sus convicciones suele surgir esa intolerancia de los pseudotolerantes, que al verse enfrentados a dicha situación esgrimen con toda confianza esa frase democrática que pretende zanjar y eludir todo conflicto, y tratar de intransigentes a quienes reafirman sus posturas.